Sunday, April 05, 2009

 

Dionicio Romero "Soy un hombre de centroizquierda"

Dionicio Romero "Soy un hombre de centroizquierda"
PRINCIPAL BANQUERO DEL PERÚ SE JUBILA Y SE CONFIESA

A mitad de semana, Dionisio Romero Seminario dejó la presidencia del Banco de Crédito del Perú (BCP), la entidad financiera más importante del país. Un día después de su jubilación nos concedió una entrevista para tratar sobre su vida y su relación con el poder en las últimas tres décadas. En el diálogo con El Comercio sorprende por su trato directo para abordar sin ambages algunos temas picantes, como el financiamiento de las campañas políticas, su definición como hombre de centroizquierda y hasta lamentables sucesos para él como su diálogo con Montesinos.
¿Le costó tiempo y trabajo decidirse por la jubilación?No. Esto que ha sucedido ayer (miércoles) está planeado desde hace algunos años. La primera intención era que después de cinco o seis años que mi hijo Dionisio tomara peso propio, viniese la transferencia. Pero él me pidió que lo postergáramos dos años más porque sentía que todavía no estaba listo. Así que esto está programado desde hace por lo menos cinco años.
Usted ya queríaNo es que quisiera sino que debo hacerlo.
¿Por qué?En la parte de Romero (el grupo) yo puse la regla de que todos los ejecutivos se jubilasen a los 65 años. Así lo hice cumplir. Había unos que cuando se lo mencionaba, se ponían pálidos. Claro que a algunos ejecutivos que se han jubilado no les va bien después porque se sienten inútiles. Pero la mayoría de nuestros gerentes la ha pasado bien.
¿Cómo será su jubilación?No voy a estar ocioso. Me dedicaré a lo que me gusta, que es una pequeña compañía de aviación, Aerotransportes S.A., que tiene unos 10 aviones. Me ocuparé más de la chacra que tengo en Huando. Dedicaré más tiempo a mis nietos y a mi familia, a mi mujer que está preocupada de que me quede demasiado en casa.
¿Cuál es la relación del BCP con el poder?Cada uno tiene su rol y el banco es muy respetuoso, por su propio interés y para sobrevivir, de que no debe intervenir en política. Nunca debe asociarse mucho con un gobierno porque luego viene otro y estás en la vereda equivocada. Entonces, el BCP no interviene. A veces los medios dicen que sí, pero no es cierto; nosotros no intervenimos en política. Cuando entra un gobierno, tenemos mucho que ver, porque nos llama un ministro y otro para que colaboremos con la educación o donemos, y también el MEF, porque tenemos mucho que ver.
Se ha dicho que los grandes empresarios financian campañas.Es verdad.
¿Ustedes han financiado diversas campañas presidenciales?En la primera que financiamos les dimos la misma suma a los tres principales partidos. Ello fue cuando regresó la democracia. Y se lo dijimos a los tres, lo cual les cayó pésimo.
A Belaunde, a BedoyaA ellos, y no sé cuál sería el otro.
¿Cómo se define políticamente?Soy un hombre de centroizquier-da. Hice un test en que respondí muchas preguntas, y salí bien a la izquierda del espectro político.
Llama la atención que usted se ubique en la centroizquierda.Fui educado en una universidad liberal que llamaban “pink” o de izquierda, la Universidad de Pomona (EE.UU.). Te preguntaban y salí en el cuadrado del lado izquierdo.
Imagino que muchos presidentes los llaman. ¿O ustedes le tocan la puerta?Sí nos llaman. Y te mentiría si te digo que no los vamos a buscar nunca. Si tenemos un problema serio, entonces vamos a tocar las puertas. Si una empresa de Romero tiene un problema con el subsidio del biodiésel por parte de los estadounidenses y los muchachos (la nueva generación del grupo) han puesto una planta, aunque yo no estaba muy de acuerdo con eso, tienen que ir a tocar las puertas del ministro para hacerle ver que acá hay una injusticia, un dumping.
¿Hay una relación constante con el poder?Trato de que no me llamen mucho porque cuando lo hacen nunca es para regalarte nada.
¿Cuál es el presidente que más lo ha llamado?El que menos me ha llamado es Fujimori: tres veces. En una oportunidad no me reconoció.
¿Y el que más lo ha llamado?García en su primer gobierno.
Ese gobierno fue el que pretendió estatizar su banco.Es que se le vino todo abajo. La política que tuvo de no pagar la deuda externa dio una sensación de bienestar que fue una burbuja; solo le duró dos años.
¿Fue un gobierno malo?Pésimo. Con el peor impuesto: la inflación. Pero no desde el punto de vista social, a pesar del daño que hizo. Quizá le damos demasiado énfasis a la parte económica, pero hay otros presidentes que han intentado perennizarse.
Fujimori.En parte. La última la quiso ganar con trampa, pero las anteriores sí lo elegimos. ¿O no?
Seguimos siendo un país inestable, tenemos personajes que predican el antisistema.Peligroso, y están equivocados. Ya muchos lo han probado, y lo van a probar otra vez los pobres bolivianos. El Estado es deficiente en administrar, y la tendencia a que no se retribuya al que más trabaja genera una sociedad pobre y castrada.
El otro extremo tampoco era aceptable. Mire lo que está sucediendo en el mundo.Desde la revolución industrial, el sistema capitalista ha incrementado la riqueza del mundo y siempre ha tenido un defecto: es volátil y cíclico. Con la teoría que descubrimos recién en los años 30 con Keynes, nos dimos cuenta de que los estados deben tener políticas anticíclicas. Por eso la crisis no va a ser de la magnitud que hubiera sido.
Que no advirtió la banca, sabiendo que esto era cíclico.Se desarrollaron nuevas maneras de hacer negocios que no estaban reguladas y se incurrió en excesos tremendos.
¿A usted le vinieron a ofrecer estos derivados financieros?Me ofrecieron esos derivados, pero como los comprendemos poco o no lo entiendes muy bien, nunca invertimos en eso. Tenemos algunos derivados, pero todos son para bajar el riesgo. Los derivados de “credit default swaps” (CDS, instrumento financiero de inversión altamente sofisticado, y, ahora lo sabemos, muy riesgoso) eran para ganar dinero, garantizando que esas empresas no iban a quebrar. Nunca invertimos en eso.
¿De qué se arrepiente?Como somos muy estrictos con nuestros primeros hijos, una vez mi primera hija empezó a llorar mucho y la reñí y la saqué del cuarto. Me duele en el alma haber hecho eso. También me arrepiento de otras cosas, negocios que he dejado pasar, pero no me duelen tanto.
¿Se arrepiente de haber ido a la oficina de Montesinos?No.
¿Piensa que estuvo bien?Yo fui por un tema específico me arrepiento por todos los problemas que me trajo, pero aquí un cliente necesitaba ayuda y lo estaban fregando y cerrando sus fábricas. Y en el corredor de aquí fuera, Raymundo Morales me dice: “Tú tienes conexión con Vladimiro, podrías hacer el favor” y yo le contesté: “Claro, por el banco voy”.
Tenía conexión con MontesinosSí, la había tenido por Palmas del Espino y porque él quería tener una relación conmigo
Se llamaban entoncesMe llamaba, pero para informarme sobre la guerra con el Ecuador, a Arturo (Woodman) y a mí, y no me hablaba de ningún otro tema. Conmigo tenía una relación limpia.
Usted tenía información de que era un funcionario corruptoNo, en absoluto. Yo no le veía signos de riqueza. Abusaba del Poder Judicial, eso sí sabía, para ser honesto, pero que robaba plata, no. Cuando me llamó para lo de Hayduk, yo le dije: “Ya te di lo que me pediste, ¿para qué quieres que vaya?” Y él me contestó:“Ven a conversar, no más”. Y esa reunión me trajo todo el problema.
¿Qué sintió cuando salió el video?Le hizo mucho daño a mi buen nombre y me causó un sufrimiento tremendo. Fui por un buen propósito. Y ese cliente está bien agradecido porque lo estaban chantajeando.
¿Quién lo chantajeaba?Vladimiro, pero yo no sabía. No suena a verdad, pero no sabía.
Montesinos salió del país en un avión del grupo Romero.Sí, es cierto. Lo alquilaron. Me llamaron de Palacio (de Gobierno), David Saettone, que era ex funcionario del BCP, y me lo pidió. Maldita la hora en que dije que sí.
¿Se arrepiente de eso?Sí, porque trajo conexiones adicionales innecesarias.
Ahora que tendrá más tiempo, ¿por qué no piensa en política?De ninguna manera. Primero, soy muy viejo, y segundo, no soy bueno en la política. Mis padres siempre me dijeron nada con la política.
¿Financió todas las campañas?Todas no Muchas me han salido gratis.
¿A García para este período?Esa es gratis. Todavía me debe (risas).
SUS OPINIONES SOBRE“Ha sido un presidente democrático, no avasalló los poderes y captó a buenos ministros. Y se puede trabajar poco y divertirse si se tienen buenos ministros. Con que toques bien la batuta…”.ALEJANDRO TOLEDO. EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
“Desde el punto de vista económico fue un buen presidente, pero no en lo social. Separó a los peruanos y no respetó las instituciones. Hizo cosas buenas, como pelear contra el terrorismo y hacer la paz con Ecuador”.ALBERTO FUJIMORI. EX PRESIDENTE Y PROCESADO
“Hay que reconocer que lo está haciendo bastante bien en estos momentos. Ha tenido un cambio genuino. Siempre ha tenido vocación democrática. Siempre le han llamado la atención las grandes obras”.
Cortesia Diario El Comercio Lima

Wednesday, April 01, 2009

 

Adios Raúl Alfonsín

Adios Raúl Alfonsín
Raúl Alfonsín, el militante tenaz, el político apasionado, el primer presidente tras la dictadura. El recuerdo de un hombre respetado y discutido que dejó su marca en la etapa democrática que se iniciaba en el ’83.
Fue jefe de una tenaz minoría progresista dentro del radicalismo durante añares. Tuvo digna conducta contra la dictadura y rayó alta su presencia en la APDH. Fue congruente con ese pasado cuando llegó a la Casa Rosada. Ganó la mayoría en la UCR y la presidencia en campañas inolvidables, bañado en multitudes. Recuperó el verbo político, se colocó a la vanguardia en la lucha por los derechos humanos, poniendo en el banquillo a las cúpulas militares. Se hizo centro de la política durante un buen trienio, sus adversarios debieron replicarlo para hacerse competitivos. Dos récords se lleva: le cupo ser el primero que batió al peronismo en elecciones presidenciales libres y más tarde el primer mandatario democrático que entregó la banda a un dirigente de otro partido. Acaso como nadie llenó la Plaza dos veces con muchedumbres multipartidarias, en ambas ocasiones las defraudó. Exaltó la democracia con palabras inolvidables, también consagró las “Felices Pascuas”. Cedió ante los carapintadas, firmó las leyes de la impunidad. Coqueteó con la hegemonía, concertó el Pacto de Olivos y la Alianza. Prometió un sistema durable y eficiente, terminó envuelto en la hiperinflación y la anomia. Amaneció peleando contra las corporaciones, más adelante transó con ellas, sin mayor fortuna. La gestión del Estado no fue su fuerte, un síndrome radical: para peor le cayeron tiempos difíciles. Llevó a su partido, la novia de sus ojos, más alto que nunca y acompañó la mayor caída de su historia.
La mera enumeración previa, que se tratará de ampliar y hacer más cartesiana en las líneas que siguen, habla de un personaje de primer rango, en las maduras y en las verdes. No sería serio, ni justo ni interesante pretender describirlo en cuatro palabras o en un título.
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De la primavera al Plan Austral: La campaña del ’83 y su desembarco en el gobierno resultaron sus horas más gloriosas. Sintonizó las ansias de una sociedad herida, encerrada y privada de libertades básicas. Orador formidable y fogoso, enunció las menciones necesarias: la exaltación de la vida, la promesa “con la democracia se come, se educa, se cura”, el reproche a todo tipo de autoritarismo. La ilusión se palpaba en las calles: afiliaciones masivas, concentraciones de decenas o cientos de miles de argentinos esperanzados. Construyó su triunfo interpelando a una mayoría social amplia, ganó hasta en la provincia de Buenos Aires, fue plebiscitado.
Conservó el impulso triunfal hasta fines del ’85, redondeando. Se quiso comer la cancha, plasmar y conducir un tercer movimiento histórico, superador del justicialismo y del radicalismo. “Por cien años más”, coreaban sus partidarios. La reforma constitucional, el traslado de la Capital a Viedma eran parte de esos sueños fundacionales que se fueron diluyendo cuando encontraron resistencia, fuera y dentro de su coalición inicial.
En el primer tramo, dispuso la investigación de la Conadep y el Juicio a las Juntas. Su propósito inicial –que los tribunales militares juzgaran a los represores– fue desbaratado por la solidaridad entre los uniformados. Todavía duraba la buena estrella: ese error de diagnóstico ayudó a que la Cámara Federal tramitara esa causa ejemplar, un hito imborrable.
En su arrebato inicial quiso reformar el régimen sindical, mediante la llamada ley Mucci. Le fue un búmeran, perdió apenas la votación en el Senado y consiguió la reconstitución del peronismo cerrado en defensa de la CGT. Una digresión breve: es tentador buscar un paralelo con lo sucedido décadas después con las retenciones móviles.
A medida que rodaba la gestión de gobierno se fue percibiendo la insuficiencia (si no la pobreza) de su diagnóstico sobre la coyuntura y sus eventuales soluciones. No bastaba el ímpetu democrático para relanzar la economía y abrir las ventanas de las fábricas. El peso de la deuda externa, el ancla del déficit, los cambios estructurales fueron subestimados en campaña y en los pininos de su mandato. Tampoco había noción del fin de un ciclo económico, que (simplificando mucho) corrió entre 1945 y el Rodrigazo de 1975. La pesadilla de la dictadura acaso camufló el final de un modelo que no se podía regenerar, en promedio estimado por radicales, peronistas y desarrollistas. Esa perspectiva angostada no era exclusiva de Alfonsín, de lejos el primus inter pares: era una carencia común de la clase política, frizada largo tiempo, lanzada al ruedo de sopetón por la catástrofe de Malvinas.
Su primer elenco de gobierno fue tropezando con un universo que no entendía del todo. Alfonsín, igualmente, mantenía el centro del ring. Confrontaba con las corporaciones, discutía de cuerpo presente con los que lo rebatían: se encaramó a un púlpito para regañar a un cura, lo refutó a Ronald Reagan en el corazón del imperio. Con el índice en ristre, ceñudo e implacable, reivindicaba ser la izquierda posible. Había que ver lo que decía el establishment sobre él, en aquel olvidado entonces.
La economía se le pialaba, la inflación galopaba. El peronismo renovador se hacía cargo de su innovación republicana, era su victoria pero le restaba originalidad. Saúl Ubaldini empezaba a ocupar las calles. Hubo un cambio de elenco, los compañeros de siempre relevados por técnicos más jóvenes y sintonizados con la época. La narrativa fundacional y ambiciosa, la utopía progresista, fue derivando a un relato “modernizador”. La gobernabilidad, entendida como la limitación de las demandas sociales, ganó terreno. Comenzó a definirse a los reclamos como eventuales desestabilizadores: la democracia se podía poner en riesgo si abundaban los reclamos acerca de cómo se comía, educaba o curaba. Cual un disyuntor que podía saltar si se agregaba mucho voltaje.
Dos años antes de la cita más evocada, en abril de 1985, Alfonsín llamó a una movilización para alertar contra un posible golpe. Fue esa una de las Plazas más colmadas y multicolores de la que se tiene memoria. Un arco político asombroso por lo vasto lo bancó. Nada comentó él del golpe, anunció (y pidió anuencia para) la “economía de guerra”, la defraudación fue grande pero todavía no rompió el hechizo. No fue un golpe de knock out, pero sí una premonición.
El consabido plan de estabilización, el Austral, contó con apoyo sensible de la población y obró los clásicos efectos inmediatos de esos programas. Se frenó en seco la inflación, lo que pareció dar sentido a la nueva moneda. La UCR revalidó en las elecciones parlamentarias de ese año, un canto de cisne inadvertido.
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En caída: Su prospecto de democracia fincaba en la civilidad y los partidos, las corporaciones eran su bestia negra. Contra la Iglesia Católica, mantuvo la lid bastante tiempo: le torcieron el brazo en el Congreso Pedagógico, por mayor organización y militancia. Pero primó sobre el oscurantismo católico cuando promovió y logró la sanción de la Ley de Divorcio, un paso enorme en la secularización y modernización de la sociedad civil.
En su fatal ’87, viró su relación con las corporaciones económicas: no había podido vencerlas, las sumó a su gobierno. Los “capitanes de la industria” lograron puestos dominantes, la cúpula rancia de la CGT se quedó con el Ministerio de Trabajo. Fue un retroceso a pura pérdida: melló su capital simbólico sin compensación pragmática alguna.
En ese devenir, llegó Semana Santa. Otra vez congregó una asistencia masiva, fiel, con decenas de miles de espontáneos, de todo pelaje. Tenía a toda la sociedad y al peronismo remozado a su vera, cedió ante las demandas de los militares amotinados. Una doble duda será perenne. La más obvia, es si estaba forzado a rendirse: su entorno y él mismo siempre porfiaron que sí, que evitaron un mal mayor, que salvaron al sistema democrático. No fue ésa la lectura preponderante, ni la de este diario. Otro interrogante, quizá más táctico pero enorme, es por qué eligió, amén de retroceder, engañar a la multitud que lo vitoreaba y le ponía el cuerpo. Cuatro años atrás estaba un paso por delante del conjunto de la sociedad, el punto óptimo para un líder popular. En las Felices Pascuas, decepcionó.
Jamás se le perdonó el “doble discurso”. La sociedad era, todavía, exigente, menos vencida que en el futuro inminente. Carlos Menem podría, más adelante, confesar que había roto el contrato electoral y ser reelegido.
El discurrir de la economía no lo ayudaba, el peronismo renovador le dio una paliza en las elecciones de 1987. Los años siguientes fueron tremendos, en caída libre. El gobierno se fue amoldando, sin logros palpables, a los dictados de los organismos internacionales de crédito. El contexto internacional no ayudaba, los precios de las materias primas rozaban el piso.
El gobierno perdió identidad, acechado por la malaria, la inflación y la pérdida general de rumbo. Eduardo Angeloz, un competidor interno que no le gustaba ni medio, fue el candidato. Se adelantaron los comicios para ver si se mejoraba el score, Carlos Menem ganó por goleada. Entre la anomia, los saqueos y la hiperinflación fue forzoso adelantar la entrega del mando y dejarle las manos libres para dictar las arrasadoras leyes de Reforma del Estado y de Emergencia económica. No es cuestión de quitarle responsabilidad a ese presidente y a la sociedad que lo acompañó pero el declive del alfonsinismo les hizo el campo orégano.
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Un lugar en el mundo: La política exterior sigue siendo uno de sus buenos legados, en la línea de la autonomía defendida por los gobiernos nacional-populares. Argentina fue eje de una firme presencia regional en la normalización democrática de Nicaragua. Alfonsín cortó de un tajo las veleidades belicistas de militares y dirigentes argentinos dirimiendo los conflictos territoriales con Chile. Sometió a consulta popular no vinculante el tratado por el canal de Beagle, goleó a los falaces nacionalistas o dinosaurios que le hicieron frente.
Puso el cimiento del Mercosur, un proyecto inacabado y formidable, típico del último cuarto de siglo, un giro a favor de la unidad de la región.
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Compañeros y correligionarios: Creyó llevarse puesto al peronismo, cuya capacidad de reconversión y adaptación le fue torciendo la mano. Desistió de su afán hegemonista e innovador y se acomodó al rol de consocio del bipartidismo. Una de las tareas comunes era ocluir el surgimiento de terceras fuerzas, aun al precio de consentir lados oscuros del enemigovio. La provincia de Buenos Aires fue el territorio dilecto de esa transacción compleja, complaciente, llena de canjes lícitos o no tanto, justificada en nombre de la gobernabilidad y de defender la organización partidaria.
Eduardo Duhalde fue el dirigente con el que tuvo más afinidades, en esa provincia y en su difuso pensamiento económico (llamémoslo) desarrollista-productivista. Lo apoyó en su gobierno provisional, al que sumó dos ministros radicales, bien plegados a la corporación militar y a la judicial que regentearon.
Con Carlos Menem cerró el círculo de socio menor del bipartidismo, al suscribir el llamado Pacto de Olivos. Otra vez eligió conceder en un trance complejo. Ese acuerdo es, a ojos del cronista, injustamente criticado por su origen secreto. Las negociaciones políticas suelen iniciarse así, nada hay de escandaloso en ello. En este caso, el producido se sometió al voto popular y la Constituyente. Fue legal y legítimo, el cuestionamiento válido es a su fondo: habilitó la concentración del poder menemista, a cambio de quedar como la oposición de su majestad.
Néstor Kirchner le llamó la atención de entrada, pero siempre le incomodó que no le prodigara deferencia. Si bien se mira, hay mucho más del primer Alfonsín en el primer Kirchner de lo que se suele aceptar en trincheras distintas, hubiera venido bien un reconocimiento del otro. Un punto alto de la injusticia fue cuando el ex presidente omitió mencionarlo en marzo de 2004, en el acto de la recuperación de la ESMA. Su punto de vista está contado con más detalle por el propio Alfonsín, en el reportaje que se publica en esta misma edición.
Luego, acompañó la candidatura de Roberto Lavagna por la UCR: evitar la consunción radical que vio de cerca en 2003 fue su última obsesión. Un peronista a la cabeza de los boinas blancas, el fin de una tradición. Alfonsín ya había consentido un ensayo general, mucho más gravoso para la Argentina, sobrevolado en el párrafo que viene.
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La Alianza: El Frepaso le sacaba ventaja al herido radicalismo, pero tal vez ninguno se bastaba para remover al menemismo en 1999. Carlos “Chacho” Alvarez quiso acortar camino, lo eligió para sugerirle la formación de una coalición política. Alfonsín se prendó más de la idea que su mayor beneficiario inmediato, Fernando de la Rúa. Atisbó en la Alianza una tabla de salvación y, zorro viejo al fin, acaso intuyó la victoria en la interna abierta. Era otra ofrenda en el altar de su partido: él detestaba a De la Rúa a quien siempre clasificó como un pelmazo de derecha, con sagacidad premonitoria.
Atravesó el mandato de De la Rúa con patente incomodidad. Tenía aliados apreciados en el primer gabinete: Federico Storani, José Luis Machinea, el propio Alvarez. Pero lo desazonaba la tonalidad del gobierno, su política claudicante y recesiva. Su influencia era módica y cada vez que hablaba “los mercados” le ladraban y lo acusaban de aumentar el riesgo país, hacer bajar el Merval y exacerbar la inflación. Ninguna de esas variables precisaba su ayuda, pero el rencor del poder económico le calzaba los puntos. Fue apenas ayer, no se rememora ya.
Ante el escándalo de las coimas senatoriales, calló en ejercicio de la solidaridad corporativa. Con los nuevos gabinetes terminó su poca empatía y optó por ser orgánico antes que sincero, un tributo a la flaqueante gobernabilidad que no es sensato censurar.
Adiós: Le cupo ser protagonista y (por un entrañable rato) líder de una etapa aún inconclusa e insatisfactoria. Un referente de primer nivel, en logros, errores, recuperación de derechos y regresiones. Jamás dejó de ser un militante, un hombre consagrado full time a la pasión política, el mejor (con gran margen) entre sus correligionarios. Y no escapó a las carencias de su partido y de su época. Advenían las primaveras democráticas y transcurría, en materia económico social, “la década perdida”. Esas dos referencias ulteriores acaso circunscriban su responsabilidad en los fracasos y su participación en los éxitos, sin anularlos: el tono de época tiene su peso, que en el momento no se termina de pulsar.
¿Cómo se redondea el juicio sobre una figura central? ¿Por las grandes metas que se propuso? ¿Por sus acciones más gloriosas? ¿Por sus peores errores y defecciones? La discusión política suele elegir alguna de esas opciones, lógicas en el fragor pero incompletas.
Digamos que el apabullante relato de su trayectoria se abre a cien interpretaciones o alineamientos, también proporcionales a su entidad.
El cronista votó contra Alfonsín en el ’83, se desayunó bastante pronto de que su victoria era lo mejor que pudo pasarle a la Argentina y lo escribió hace casi 25 años. Lo apoyó en las urnas en la consulta popular sobre el Beagle y le hizo el aguante en la Plaza cuando “la economía de guerra” y las “Felices Pascuas”, padeció el imaginable desencanto ulterior, que lo marcó para siempre. Escribe esta columna con tristeza, sentimiento subjetivo de pérdida y respeto aunque sin renegar de las discrepancias.
El ex presidente se afilió al radicalismo a los 18 años y militó hasta dar el último suspiro. Fue un militante inclaudicable, amén de un dirigente de primer nivel, un presidente ungido por clamor popular, un batallador en el llano o en la cima. La vocación política signó su existencia. Atravesó con entereza su enfermedad y murió en la casa donde siempre vivió. Por si es menester subrayarlo: todas estas referencias son elogios en la escala de valores del cronista. Los políticos democráticos de raza, aun aquellos con los que se disiente o se embronca, le caen mejor que la nueva cosecha de deportistas (fogueados en deportes individuales), empresarios ricos, hijos de empresarios ricos o gentes de la farándula que surfean en la antipolítica en pos de votos, a veces con buena fortuna.
Voló muy alto, sufrió reveses crueles. En los últimos tiempos, cuando flaqueaba su salud, recibió reconocimientos un poco tardíos pero merecidos de sus adversarios políticos. El canibalismo de la lucha política argentina es proverbial, él se ganó una tregua y algo habrá hecho para lograrla.
El cronista no cree en generalidades tales como “el juicio de la historia”. La historia no es un área de consensos, desangelada: es un terreno de disputa, tanto como la política. Y luchadores-emblema como Raúl Alfonsín, como el Cid, como Perón siguen luchando después de muertos. Su legado, su mensaje serán recuperados por otros, con coherencia o sin ella, para bien o para mal. A diferencia del Cid no será ganador en una sola, última batalla: revistará en combates y aun derrotas ulteriores a su partida, tal el sino de los políticos vocacionales e incansables que la siguen peleando cuando sus cuerpos dijeron “basta”.
Cortesia Pagina 12 - ARGENTINA

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