Sunday, August 05, 2007

 

Siete Maravillas Sueños cumplidos

Siete Maravillas Sueños cumplidos


Esta vez no ha sido el poeta Antípatro de Tesalónica quien alabase las joyas arquitectónicas salidas de la mano del hombre. Ni se han tomado en cuenta las reminiscencias de las listas (perdidas) elaboradas por Herodoto o de Filón de Bizancio. Ha sido internet el que ha decidido qué nuevos 7 monumentos (el 7 para los griegos era un número perfecto) merecen la calificación de «nuevas maravillas». Lo malo es que ni están todas las que son (es incomprensible que no figure la Alhambra), ni son todas las que están (el Cristo Redentor no es como para tirar cohetes), pero las 7 merecen un viaje por sí mismas o por su entorno.
A lo largo de mi viajera vida he tenido la suerte de haberlas visitado todas, desde el Coliseo romano (la primera vez siendo estudiante) hasta la ciudadela inca del Machu Picchu el pasado año, y en todas he visto cumplidos mis sueños de infancia. Viajar, para quien le guste, es un placer, a pesar de los madrugones o los cambios de horario y temperatura (pasear por la Muralla China a siete grados bajo cero, o subir los escalones de la pirámide maya de Chichén Itzá bajo el terrible y asfixiante calor húmedo de agosto), porque viajando se conquista un mundo de vivencias y recuerdos. A veces es duro, pero da igual, porque a los viajes se les perdona todo, y conocer las nuevas maravillas bien merece un «sacrificio». De las viejas, bajo el criterio de los helenos, sólo queda la Pirámide de Giza; las demás son menos que ruinas, cuando no meras descripciones literarias. D7 se ha dado un paseo por las nuevas.
Machu Picchu
Creo que si tuviese que elegir una sola maravilla me quedaría con Machu Picchu, no sólo por la ciudad de piedra que construyeron los incas en el promontorio rocoso que une las montañas de Machu Picchu y Huayna Picchu (en la vertiente oriental de los Andes peruanos), sino por el enclave. Ninguna fotografía ni película han podido reflejar la visión de 360 grados. Hay que vivirla. Machu Picchu es una obra maestra de arquitectura e ingeniería y sus peculiaridades arquitectónicas y paisajísticas la hacen única. Nadie se explica cómo estas gentes sin conocer la rueda pudieron trasladar por esas empinadas montañas (la coca hizo mucho) las piedras para la ciudadela que fue residencia del Inca Yupanqui, y que además fue usada como santuario religioso. Hay quien, para meterse en ambiente, hace el trayecto a pie (tres días completos). Para los menos sacrificados está el autobús que se coge en Aguas Calientes y serpentea la montaña. Dan ganas de mirar de reojo para evitar que el pánico nos invada al pensar en caer por el Cañón del Urubamba. Arriba, todo se olvida y nadie se acuerda ya de bajar.
Chichén Itza
Lo que en un principio (allá por el año 325) fue un pequeño poblado de chozas de madera y paja empezó a florecer cuando una élite de gobernantes formada por guerreros, sacerdotes y comerciantes introdujeron el culto al dios Kukulcán (el equivalente a la serpiente emplumada del altiplano) y le construyeron una ciudad levantando taludes y muros verticales donde aparecía siempre la figura del dios pájaro-serpiente. Una ciudad muy bien trazada, con grandes espacios entre los templos y unas calzadas elevadas sobre el suelo, donde colocaron los principales edificios: el Templo de los Guerreros, el Observatorio, el Cenote Sagrado, el Juego de Pelota, el Caracol... Allí, en el yacimiento arqueológico de Chichén Itzá, se alza la pirámide de Kukulcán, asentada sobre una plataforma de 55 metros de ancho que alcanza los 24 de altura y que aparece rematada por un templo. Conviene visitarla a primera hora de la mañana porque el calor húmedo agota.
El Coliseo
Cien días duraron los fastos de inauguración de este monumento que comenzó a edificarse bajo el mandato de Vespasiano en el año 70 y que lo acabó su hijo Tito en el 80. Se desconoce la identidad del arquitecto que lo construyo, pero no su función: albergar espectáculos como las venaciones (peleas de animales), los noxii (ejecuciones de prisioneros por animales) y las muneras (peleas de gladiadores, que fue para lo que más se usó). Del enorme edificio ovalado de 189 metros de largo, 156 de ancho y 48 de alto quedan unas magníficas ruinas, por la noche llenas de gatos y por el día, de italianos vestidos de romanos para las fotos de los turistas. En las gradas se sueña con tiempos de juegos, con luchas de leones, con gladiadores. Hay que perderse un rato por sus vomitorios e imaginar algo más de lo que nos mostró el cine.
Cristo Redentor
No se entiende muy bien cómo ha podido ser seleccionado el Cristo Redentor de Brasil, como no sea por la maravillosa vista de la ciudad que se divisa desde su mirador. El enclave, en el morro Corcovado de Río de Janeiro, es espectacular y el lugar del Cristo también, pero de ahí a calificar de maravilla la tremenda escultura va un trecho, por más que sea el símbolo de Brasil. Es una mole de cemento armado de más de 1.000 toneladas, que combina ingeniería, arquitectura y escultura, levantada a 710 metros sobre la bahía de Guanabara, diseñada por el artista brasileño Carlos Oswald y realizada por el francés de origen polaco Paul Landowski (se debió de quedar a gusto al esculpirla). Su construcción, promovida por la iglesia católica, comenzó en 1926 y fue inaugurada, tras cinco años de trabajo, en octubre de 1931. Desde entonces, no hay turista que pase por la maravillosa ciudad de Río que no vaya a visitarla y a hacerse la foto. Pero no es una maravilla.
Taj Mahal
El emperador musulmán Sha Jahan, en un arrebato de amor, mandó construir para su esposa favorita, Mumtaz Mahal, un mausoleo que requirió el trabajo de 20.000 obreros, a muchos de los cuales —a los más artistas— mandó arrancar los ojos y cortar las manos para que nunca más volviesen a hacer en ningún otro lugar del mundo una obra semejante. Ninguna mujer podrá aspirar nunca a un homenaje similar. El mausoleo, de arquitectura árabe con una gran cúpula de cebolla y cuatro alminares, es de mármol blanco y se accede a él por un jardín con un enorme estanque donde se refleja invertida la cúpula del mausoleo. Hay que verlo dos veces. Durante el día con el sol y, a ser posible, la visita de la noche hacerla coincidir con la luna llena, porque el espectáculo es magnífico. La luna le da una blancura irreal, mucho más extraordinaria que la luz del sol. El interior es una joya pues las paredes tienen incrustradas piedras semipreciosas y lapislázuli.
Petra
Aunos 80 kilómetros del Mar Muerto, en Jordania, en un lugar angosto del valle de Arava, un impresionante y sombrío desfiladero, que atravesamos a caballo, desemboca de forma súbita en un templo de color rosa excavado sobre la piedra arenisca, que no sólo impacta sino que es el más vivo exponente del estilo arquitectónico de los nabateos, constructores de Petra, una activa y cosmopolita ciudad, con influencias grecorromanas y orientales. Durante siglos fue capital del antiguo reino pero, por esas cosas de la vida, quedó despoblada y en el olvido, hasta que un intrépido y aventurero europeo disfrazado de musulmán la descubrió por casualidad en 1812. Se llamaba Johann Ludwig Burckhardt, y debió de quedarse obnubilado cuando, al atravesar el desfiladero, vio la Tesorería, el edificio más conocido de aquella espléndida ciudad de diversos colores (el sol del atardecer los torna rojizos), donde los nabateos tenían el control de las rutas del comercio entre Arabia y Siria. Hay que recorrer todos sus monumentos a pie, pero para acceder al monasterio, como hay que subir 800 escalones, es mejor alquilar un burro (con dueño, para que lo dirija) que remonta las escaleras como si nada. Lo malo fue el olor que nos dejó.
La Gran Muralla
Dicen que es la única construcción humana que se distingue desde el espacio. Es una antigua fortificación construida para proteger el imperio chino (siglo III a de JC) de los ataques de los nómadas de Mongolia y Manchuria. Cruza siete provincias y abarca 6.400 kilómetros, desde la frontera con Corea hasta el desierto de Gobi. Nada menos que 1.000 años tardaron en construirla. Una gran parte de la muralla está muy destruida (sólo se mantiene en pie el 30 por ciento) pues los campesinos del interior usaron durante años las piedras para hacerse sus casas; y otra, muy bien conservada o reparada, cerca de Pekín (la zona más turística) y que se ha convertido en la excursión preferida de millones de chinos durante sus vacaciones de verano. Al espectáculo de la muralla en sí se unió en mi visita la impresionante vista de lejos del desierto de Gobi totalmente nevado. Remonté por pasillos y escaleras dos kilómetros y los chinos, previo pago, nos extendieron un certificado por la hazaña. Durante años fue llamada «el cementerio más largo del mundo», pues en su construcción murieron miles de obreros. Dejó de tener utilidad estratégica porque aquellos de los que China se quería proteger se convirtieron en gobernantes: la Dinastía Quing.


Cortesia Diario ABC- ESPAÑA

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